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No soy grande, tengo un tamaño cómodo y estoy bastante bien hecha. Tengo un estómago pequeño, nada exigente, unos pulmones robustos(健壮的), una barriga firme y unos brazos fuertemente musculados. No tomo medicamentos ni hormonas, no llevo gafas. Me corto el pelo con una maquinilla, una vez cada tres meses, casi no uso cosméticos(化妆品). Tengo los dientes sanos, tal vez no del todo bien alineados(对齐的), pero enteros, con un solo empaste ya antiguo, creo que en el primer molar inferior izquierdo. El hígado(肝), normal. El páncreas(胰腺), normal. Los riñones derecho e izquierdo, en excelente estado. Mi aorta abdominal, normal. La vejiga, correcta. Hemoglobina: 12,7. Leucocitos: 4,5. Hematocrito: 41,6. Plaquetas: 228. Colesterol: 204. Creatinina: 1,0. Bilirrubina: 4,2. Etcétera. Mi CI –si alguien cree en esas cosas–: 121; suficiente. Tengo muy desarrollada la imaginación espacial, casi eidética, mas no así la lateralidad, que flojea. El perfil de mi personalidad es cambiante, más bien poco digno de confianza. La edad: psicológica. El sexo: gramatical. Compro libros preferentemente de tapa blanda para así poder dejarlos sin sentir pena en los andenes, para otros ojos. No colecciono nada.
He hecho una carrera universitaria, pero en realidad no he aprendido ningún oficio, cosa que lamento mucho; mi bisabuelo era tejedor, blanqueaba las telas ya tejidas extendiéndolas sobre la ladera del monte para que les diesen los ardientes rayos del sol. Me gustaría mucho entrelazar urdimbres y tramas, no existen, sin embargo, telares portátiles, tejer es un arte de pueblos asentados. Cuando viajo hago punto. Lamentablemente en los últimos tiempos algunas líneas aéreas prohíben subir a bordo agujas y ganchillos. Lo dicho: no he aprendido ningún oficio y sin embargo, pese a lo que siempre repetían mis padres, he conseguido sobrevivir a los muchos trabajos que he desempeñado por el camino sin nunca tocar fondo. Cuando mis padres volvieron a la ciudad tras su romántico experimento de veinte años, ya cansados de las sequías y las heladas, de los alimentos sanos que durante inviernos enteros yacían enfermos en el sótano, de la lana de sus propias ovejas cuidadosamente embutida en las fauces sin fondo de edredones(棉被) y almohadas, me dieron un poco de dinero, y por primera vez me puse en camino. Desempeñaba trabajos ocasionales allí donde llegaba. En una manufactura internacional en las afueras de una gran metrópoli, ensamblaba antenas para yates de lujo. Allí había muchas personas como yo. Nos contrataban en negro, sin preguntar de dónde éramos ni qué planes de futuro teníamos. El viernes recibíamos la paga, y quien no estaba conforme simplemente no volvía por allí el lunes. Había entre nosotros futuros universitarios que aprovechaban el intervalo entre el examen de Estado y los exámenes de acceso a la universidad. Migrantes en busca de ese país justo e ideal de Occidente donde las personas son hermanas y hermanos, con un Estado fuerte como padre protector. Fugitivos de sus respectivas familias: esposas, maridos, padres... Infelizmente enamorados, distraídos, melancólicos y siempre muertos de frío. Prófugos de la ley por no lograr hacer frente a los pagos de los créditos suscritos. Bohemios y vagabundos. Locos que, tras sufrir una recaída de su enfermedad, acababan en un hospital, de donde –en virtud de difusas disposiciones legales– acababan siendo deportados a sus países de origen. Solo un hindú trabajaba allí de forma fija, desde hacía años, aunque, a decir verdad, su situación no difería de la nuestra. No estaba asegurado ni tenía vacaciones. Trabajaba en silencio, paciente y acompasadamente. No llegaba nunca tarde ni buscaba excusas para librar. Convencí a varias personas de la necesidad de fundar un sindicato –corrían los tiempos de Solidarność–, aunque solo fuera por él, pero no quiso. Conmovido por mi interés, me invitaba todos los días a un curry picante que traía en una fiambrera. Hoy ni tan siquiera recuerdo su nombre. Hice de camarera, de «kelly» en un hotel de lujo y de niñera. Vendí libros, vendí billetes. Me empleé una temporada en un pequeño teatro como encargada de vestuario y así sobreviví a un largo invierno entre telones de terciopelo, pesados trajes, pelucas y capas de satén. Terminada la carrera, trabajé como pedagoga, terapeuta de desintoxicación y también, recientemente, en una biblioteca. En cuanto lograba ganar algo de dinero, me ponía en camino.
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